Recovecos de hotel, EL SERVICIO SECRETO


El SERVICIO SECRETO

Las mucamas o camareras del hotel “todo incluido” dicen que los europeos ya no llegan a Cartagena y todo el turismo es latinoamericano. Han sentido el cambio: las propinas y las historias ya no son las mismas. Casi en el anonimato, más que nadie, conocen cómo son los visitantes según el país de procedencia.

(crónica realizada en el taller Cómo se Escribe un Periódico de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoaméricano.  Cartagena, Julio - Agosto de 2004)

Es sábado y Lucia Martinez está limpiando por enésima vez la habitación 310, en donde hace tres días hay nuevos huéspedes, el desorden es distinto. Sabe de memoria lo que tiene que hacer: cambiar las sabanas, vaciar la basura, poner toallas nuevas, pasar el trapero y limpiar el baño. Parece autómata, pero en ésta habitación, debe hacer algo más: tapar todos los frascos que siempre dejan regados, acomodar la foto de una mujer maravilla que tienen en la mesita de noche y limpiar el baño sin mojar los calzones que están colgados en la baranda de la ducha.
Lucia tiene 43 años, se gana 600 mil pesos y lleva 10 años en este trabajo, de los que recuerda con molestia el día en que un italiano la encerró en un cuarto para violarla: “ Me decía fuck you, fuck you. En ese momento me quise morir y comencé a llorar. El tipo se metió en el baño y yo llamé a seguridad y me sacaron de ese infierno”. A eso es a lo que mas le teme, por eso trata de no atender a visitantes en toalla o que estén solos, prefiere volver mas tarde.
Empieza el recorrido y viste un uniforme azul, zapatos tenis, medias blancas. Es de cabello corto, manos callosas y el esmalte de las uñas lo tiene desgastado. No es de vanidades, pero ha delineado sus cejas con un lápiz negro, que el sudor le ha ido corriendo. Lucia estudió secretariado ejecutivo en el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena) : “ Trabajaba en una empresa, como asistente de gerencia, pero se venció el contrato. Llegué acá por cosas del destino. Una amiga había metido una hoja de vida y la llamaron a mi casa. Yo fui, y dio la casualidad de que había otro cupo y me quedé”
Le faltan 14 habitaciones y su turno va de 6 p.m a 2 de la mañana. Luego, se va al cuarto de la “Ama de llaves” a esperar las peticiones y ocurrencias de cualquier huésped. El corredor es oscuro y Lucia va arrastrando un carrito lleno de toallas, ropa de cama, desinfectante, guantes, escoba y trapero. No pesa mucho, pero le parece incomodo. Con su andamiaje se mete en cada una de las 228 habitaciones.
Termina con el cuarto ocupado por dos mujeres “uno sabe por las pantaletas (ropa interior) secándose en el baño”, explica. A veces, solo cuenta con esa clase de señas para ponerles rostro y nacionalidad porque en la mayoría de los casos “los huéspedes nunca están”. Cuando puede conocerlos entabla toda clase de relaciones que podrían llevarla a contar sobre cada uno según su procedencia.
Los europeos: ” esos casi no vienen“ explica. Sin saber mucho de economía o de política, sabe que las cosas cambiaron desde que los turistas del antiguo continente dejaron de visitar la ciudad. “Los europeos quieren andar con las nalgas al aire todo el día, pero lo mejor de esa época eran las propinas de entre 10 y 20 dólares”. De estos, no le gustan los españoles: “son los mas desagradables, gritan y tiran las puertas y eso si, les encantan las putas”. Algunos huéspedes suben acompañantes a las habitaciones por 40 mil la noche, pero deben salir a las 6 de la mañana. En su descripción no vacila en decir que los argentinos: “son muy pesados, no te dan las gracias, son tan antipáticos como los colombianos que vienen de Bogotá, creen que somos sus muchachas del servicio”. Para ella los mejores son los canadienses: “en esa época – mediado de los 90 - todos los años venían dos viejitos como de 60. Venían a revolcarse con una negrita por ahí”.
Los ecuatorianos “son los mas desconfiados. No salen a la playa hasta que hagamos la limpieza, porque no quieren dejar el cuarto solo con nosotras a dentro. Nunca dan propina”. Los conoce bien, porque desde que las cosas cambiaron, llegan en vuelos charter dos veces por semana cerca de 200.
Faltan pocas habitaciones y en todas hace lo mismo sin pensar. Se une al recorrido Maria Candelaria, otra mucama que intercambia los turnos con Lucia. Explica que hace tres días le tocó hacer lo que mas odia de este oficio. “Entré a la habitación 1504 y estaba toda vomitada. Eso me da asco, pero me eché Vick Vaporub en la nariz”. Maria sólo lleva dos años, por lo que no le tocó la época en la que venían los europeos y las buenas propinas: “nunca me han dado nada. Como viene todo incluido”.
Lucia puede definir, sin temor a equivocarse el perfil de los huéspedes del hotel “todo incluido” en el que trabaja y las diferencias con uno cinco estrellas. “Aquí viene toda clase de gente, el rico y el pobre, en cambio, cuando trabajé en el Santa Clara, todo era distinto, había gente ejecutiva, de caché”. El sistema todo incluido permite facilidades de pago, créditos y distintas opciones para el turista durante todo el año. El sistema dispone de ofertas como la de pagar por cuatro personas durante tres días 1 millón de pesos.
CON LAS LLAVES EN LA MANO
Con la llave maestra de todos los cuartos saben que deben tocar tres veces antes de entrar. Si no reciben respuesta “meten llave”. Pero se pueden topar con sorpresas: “ una vez encontré a un alemán haciendo el amor con una negrita. No le importó que yo estuviera ahí y siguió como si nada. Yo no podía barrer viendo eso, así que me salí. Dice Lucy, quien también recuerda, como el huésped después de verla salió a perseguirla desnudo: “con su picha (pene) blanca al aire me fue a decir que no me diera pena, es que los europeos se comen (tienen sexo), unos con otros y se intercambian las parejas”.
Lo de las llaves, preocupa mas a María porque siempre son las principales sospechosas cuando se pierde algo:” a nosotras siempre nos cae toda al agua sucia”. No pueden ocultar la vergüenza cuando hablan del tema. En la recepción advierten a los nuevos huéspedes no dejar cosas de valor en la habitación.
A esa hora de la noche, Maria Candelaria se aleja. Ya terminó su recorrido y se va a comer. En el hotel le dan las tres comidas. Nunca les sirven lo mismo que a los huéspedes. Las 30 mucamas y los casi 100 empleados asisten al “comedor personal”. No solo en eso están marcados sus límites, también deben moverse en otro ascensor distinto, oxidado y que se queda atrancado en cada piso. Ahí comentan sobre la vida de las personas itinerantes que casi no pueden ver.
Lucia termina con la última habitación del pasillo. Se baña, se cambia de ropa y sale por la puerta trasera del hotel, llevándose consigo las historias, en las que por azar, no es la protagonista.

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