El Paraíso de los vegetarianos

La PAZ, Agosto de 2006

Pensé que en La Paz moriría de hambre. Vegetariana hasta el cansancio y sin provisiones de maní en el bolsillo, me imaginaba deambulando por las calles de La Paz buscando algo de proteína vegetal.

Pero digamos que en cierta medida, los vegetarianos tenemos un Dios realmente especial, para los toma trago podría ser Bacco, para nosotros debe ser una divinidad cercana a Krishna.

Sin saber a quien invocar en la tierra de la Pacha Mamma (Madre Tierra) me dediqué a oler un poco. En los olores se marca el recorrido de la comida. En ese trasegar del olfato pude darme cuenta que La Paz huele a tierra y mantiene un estrecho contacto con raíces ancestrales y todo lo que el suelo puede cosechar.

Así que es muy fácil toparse con 8 kiwis por un dólar o lo que es más asombroso para una colombiana duraznos como en botica, vendidos por centavos en las esquinas o convertidos en bebidas que hacen las veces de limonada. Así que estas dos frutas que en Colombia podrían resultar manjares por lo costosas, en La Paz son tan comunes que podrían pasar por nuestra simple aguapanela. Del kiwi para abajo, consigues jengibre, especias de todo tipo, papas deshidratadas y tubérculos como el Chungo.

La emoción vegetariana llegó a su cumbre al descubrir todas las presentaciones que tiene la Quinua, la Alfalfa y la Soya. En panes, chocolates, masas chorizos….Puedes obtener la proteína vegetal sin mucho esfuerzo y con pocas harinas. Lo que para un vegetariano es ya un alivio.

Eso si, vegetarianos en La Paz no hay muchos, digamos que en estricto nominal no hay, pero si hay quienes comen muchas frutas y verduras porque la tierra se las da y en abundancia. De ahí que en Agosto veneren a su Pacha Mama quien les regala la prosperidad para la cosecha, la felicidad y el amor. Con tanta devoción se preguntarán porqué entonces son uno de los países más pobres del mundo, pues no tengo la respuesta. Lo único cierto es que la riqueza allí no es de dinero. Está expresada en otras bondades que la Pacha Mama sabe proveer y ellos agradecer.

Tal reciprocidad se ve bondadosamente en el camino hacia el Titicaca y mucho más en el recorrido hacia la Isla del Sol. Las embarcaciones que te llevan hasta ahí se toman en Copacabana, una población que vive de los frutos del mar, por lo que la trucha es el plato para pedir, sin embargo, en tan sólo una cuadra encuentras la trucha revuelta con más de veinte restaurantes vegetarianos, instaurados eso si, por los extranjeros que se han quedado anclados allí. Con ellos llegan las rastas, los atuendos veraniegos a pesar del frío y el intercambio de culturas en una tierra indígena. Parece el mar, pero hace tanto frío que sólo los más osados prueban el agua. “Es como broncearse en seco”.

La comida no fue problema, tal vez lo más difícil allí fue cruzar el Titicaca en una embarcación endeble, sin salvavidas y abarrotada de gente. Nadie parecía tener miedo, sólo yo, por lo que cerré los ojos durante las dos horas de recorrido y empecé a meditar…luego del respiro, te das cuenta que vas demasiado lento, tanto que puedes dormir plácidamente. Entonces ahí, no hay nada mas que hacer que contemplar el azul del que según los cartógrafos es el lago más grande del mundo. Les faltó decir que en ese azulito tan tranquilo yacen historias ancestrales que te recargan de una energía especial que se funde con cada rayo de sol.

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